Dicen que si se cierra una puerta se abre otra.
Lo que me sorprende es que nunca he escuchado ese dicho con las ventanas.
Las ventanas las dejo cerradas para que no entre nadie en casa.
Las ventanas las abro para que el entre el aire nuevo a llevarse al viejo.
Las ventanas a veces me regalan una gota de agua que se agarra al cristal,
y otras me traen un claro de luna que se escapa entre las nubes.
Este fin de semana ha llovido.
Este fin de semana ha llovido bastante.
Y eso me hace pensar que el Otoño
se acerca una vez más
y algo de lo que estoy seguro es que,
independientemente de donde estés,
el otoño siempre se acerca igual:
Primero un poco de agua,
y luego un olor diferente en el ambiente:
Olor a leña quemada.
Lo curioso es que no hay leña alguna
merodeando mi presencia,
y pregunto si será mi presencia
la que se hace humo
con la marcha de esta primavera veraniega.
Y en la marcha de esa primavera
se cierra mi ventana,
y al querer abrirla no veo mi rostro
en el reflejo del cristal.
Veo el rostro de su cara.
Y esa cara parte de repente:
escapándose de mí.
Se marcha como lo hace un tren
que se pierde en el horizonte,
y su rosotro se hace cada vez más pequeño.
Y su rosotro desaparece.
Luego el tren se hace más pequeño,
y el tren desaparece.
Y cuando quiero abrir la ventana,
me encuentro con el olor del Otoño
dentro de mi cuarto.
Lo curioso es que no hay leña alguna
merodeando mi presencia,
y pregunto si será mi presencia
la que se hace humo
con la marcha de su mirada.
A veces pienso si no es mejor alterar la realidad
y vivir en cuarto sin ventanas.
A veces pienso si no es mejor dormir la realidad
y dejar la puerta cerrada.
A veces pienso en la gaviota
y otras en el gato naranja.
A veces pienso en una puerta sin pomos
o rejas en la ventana.
Yo no sé,
Si una puerta abre otra,
o una puerta abre una ventana.
Solo sé que cuando viene a verme,
nunca quiero que se vaya.