María Gadú. El extranjero.
El
sonido de una harmónica es siempre melancolia. Las cosas rutinarias
en el extranjero muchas veces son el sonido de una armónica. Y es
que, si las cosas más insignificantes del día a día pueden tornarse dificiles si uno es extranjero, ¿qué pensar de las complejas?
Cojí
muchos trenes ya, cojí tantos trenes que se me olvidó escribir
correctamente la palabra “coger”.
El
viento de un extranjero siempre trae sensaciones encontradas.
Una
maleta que vino llena de sueños es una maleta que está vacía. Una
maleta que, primero, se llenó para ir a Holanda y que allí, se vació al
poco tiempo y necesitó de varios meses para llenarse de nuevoa pesar de que con posterioridad, se vaciaría otra vez.
Después
se llenaría de nuevo para venir a Inglaterra y, al llegar a este
país, pronto quedaría vacía. Los sueños y las quimeras me las
había robado un ladrón que se disfrazaba de vida. Una vida que te
hacía pasar por momentos en los que antes nunca pensé que me vería.
Y eso
sucede, simplemente porque las cosas en el extranjero no son fáciles.
El sol suele visitarte menos. Los momentos buenos son muy buenos pero
los malos horrorosos, la vida del extranjero es radicalidad. Más
aún, cuando se hace algo que no es fácil de hacer hoy en día...
Las
preocupaciones vanales desaparecen y no comprendes a la gente que las tiene. Sin embargo, te ves obligado a compartir
conversaciones de foresteros con otros foresteros que se preocupan
por cosas de las que yo me preocupa antes y que, ahora, dejan de
tener el sentido que antes tenían. Supongo que todo despende de
perspectivas.
La mía
sigue usando un cristal de forestero.
Las
nacionalidades se consiguen con el tiempo pero la vida supongo que
siempre se quedará dividida en dos mitades. Miras al suelo, y ves
que no es tu suelo. Quieres escapar de ese suelo pero el camino de
escape solo te lleva a otro suelo del que ya tuviste que escapar. Entonces te preguntas, ¿a dónde vas?
Aunque me quiera autoconvencer, supongo que no es fácil ser un forestero.
Uno se
pierde muchas cosas en las que quería estar...
Yo
quería estar con vosotros.
Yo
quería abrazar vuestra felicidad
y
encontrar ese abrazo de vuelta.
Quería
ver sonreir por ambos lados
las
caras de las monedas.
Encontrarme
que el regreso está sobre la mesa.
Yo
quería sentarme con vosotros,
y
compartir sonrisas de eterna fidelidad.
Encontrarme
con que mis anecdotas están sobre una mesa
en la
que nunca temes por tropezar.
Yo
quería disfrutar de la felicidad
que,
jugando en los ojos del niño,
baja
desbocada como un río
para
acunarse tranquila en mis sigilos.
Yo
quería estar con vosotros
y no sentirme forastero.
Por
ahora, es el precio a pagar.
Pero doy
gracias a Dios porque tengo conmigo a la persona más maravillosa
que he conocido en mucho tiempo.
Porque ella me ha dado una pequeña familia en el
extranjero. Porque ella, aunque sea también extranjera, ya hace
tiempo que dejó de sentirse forastera.
Una vez más gracias por
todas las pequeñas y grandes cosas que haces por mí. Ojalá yo esté
sabiendo como devolvertelas todas. Al menos lo estoy intentándolo usando toda mi sensibilidad.
Y si no lo consigo, espero que al
menos veas el imnenso amor que siento por todo lo que eres.
Tú
estás siendo el sol que abraza
el frío viento de este forastero.