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sábado, 23 de abril de 2011

Un cuento para dormir...

Una vez, tuve que escribir un cuento para dormir.

Aunque no esté relacionado con el tema que días atrás vengo escribiendo, es algo que quiero compartir.

Y por lo tanto he aquí, mi cuento para dormir:

Tiempo atrás, en el lejano y medieval Reino de Seralom Sol existía un chico con la nariz pequeña y el pelo negro (y claro está, como era un niño no tenía barba). Ese niño rara vez salía de casa, temeroso de encontrarse con las nieblas malignas que habitaban en el lugar. 

Decían los mayores que al ponerse el sol, una niebla se levantaba de entre las tierras y, con el más sumo de los sigilos, perseguía a toda persona que desafiaba salir de su casa. El pueblo permanecía completamente oculto en sus viviendas, con las puertas y ventanas cerradas.

Por ello las estrellas brillaban con más fuerza en el Reino de Seralom Sol . Ellas eran el sol en la noche. Guardianes del cielo. Su fuerza astral provocaba que la niebla permaneciera escondida. Siempre temerosa de la luz. Las estrellas habían sido testigos de tantas cosas que no temían a nada. Cuando las nubes les permitian emitir su destello espectacular, los niños juagaban y cantaban en la noche. Cuando ellas brillaban nadie temía a la oscuridad o la niebla.


Sin embargo, este chico también temía a las estrellas. ¿Qué son las estrellas? - se preguntaba a sí mismo. ¿No son más que puntos que brillan por encima de nuestras cabezas? 

Un buen día, una estrella viajera que surcaba los cielos entró por su ventana. El niño tenía el pelo blanco y una gran nariz. Muchos años habían pasado y él seguía sin salir de su casa (y seguía sin tener barba). 


- ¿Qué te sucede? ¿Por qué no sales de casa? - le preguntó aquella preciosa estrella.
- Es qué... me da miedo de la niebla - contestó el chico, con una mirada inquieta pero pasmado por la belleza de aquella viajera.
- Voy a contarte un secreto - le dijo la estrella. ¡Nosotras no vigilamos a la niebla! 
- ¿No? - contestó el chico asombrado.
- ¡No!. Continuó la estrella. ¡Vosotros creeis que la niebla nos teme a nosotras, pero la niebla no es más que vuestro miedo a salir fuera. Y el día que salgais fuera, vereis que ella os teme a vosotros y no a las estrellas. ¡Sal! ¡Sal a verla! En el momento que te vean venir, ¡correrán a esconderse de nuevo entre las hierbas!

El niño no podía dudar de la palabra de una estrella tan bella y salió por fín, y se dió cuenta de que no había que temerle a la niebla. Se dió cuenta de que el tiempo que había pasado en casa nunca volvería. Se sentía triste y apenado, pero le consolaba el pensar que sus miedos le habían servido para conocer a la más bellas de las estrellas.



Este cuento es para una persona muy especial.

Solo espero poder contárselo... algún día.



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